Recuerdo mi primera clase de teatro y el calentamiento guiado por el profesor. Lo sigues, el profesor mueve su cuerpo de izquierda a derecha, en círculos, de abajo a arriba, luego se toca las puntas de los pies. Debes seguirlo y tratas, pero te quedas a medio camino porque no puedes. Llega la instrucción de que lo hagas o al menos trates de hacerlo. No puedes y miras a la derecha e izquierda para ver quien sí puede y cómo tú estas por detrás de ellos.

En esta misma clase, tiempo más tarde, nos piden que, como parte de aprender a construir personajes, observemos a un compañero por unos días y la siguiente semana salgamos adelante a ''mostrar'' a este personaje y los compañeros debían adivinar quien era. Karen, una compañera del taller, decidió observarme y llegado el día, salió delante de la clase y mostró a una persona tratando de tocarse las puntas de los pies. Nadie atinaba, hasta que Andrea, una de los más grandes regalos y amistades que me ha dado el teatro, dijo ''Es César''. Ese día, yo falté a clase, así que esto me lo contó ella.

Desde que vi Gala, obra inaugural del Festival de Artes Escénicas de este año no ha habido día en el que no haya pensado en el show, ni que no lo haya comentado en alguna conversación con amigos o haya llegado a una nueva conclusión con respecto a ésta y a lo que pretende mostrar.

La premisa de Gala es bastante simple: 20 bailarines o no-bailarines (esto lo decidiremos al final de la obra) de diferentes razas, estratos sociales, vidas y posibilidades físicas deben salir a escena y bailar. Simplemente bailar. Diferentes ritmos, diferentes movimientos que presentan al mismo tiempo diferentes dificultades. Todo depende de la persona en escena y las limitaciones que solo esta misma se ponga.

Vuelvo ahora a ese primer calentamiento de la clase de teatro. Y aquí, agradezco la paciencia del lector pues empezaré a saltar de recuerdo en recuerdo.

Mi fijación máxima dentro de todo mi recorrido como actor en formación fue, poder cómodamente, tocarme las puntas de los pies. Fijación que solo se intensificó cuando en este mismo recorrido me di cuenta de que mi sueño más grande de la vida siempre iba a ser algún día convertirme en bailarín clásico, y que, aunque estaba un poco tarde para eso ya, el teatro físico y la danza contemporánea me ofrecían la oportunidad de usar mi cuerpo lo suficiente como para no sentir ese peso de ''lo que pude haber sido'' en mí.  

Vuelvo a Gala ahora y recuerdo que me pasé la hora y 30 que dura el espectáculo con los ojos llenos de lágrimas, conmovido porque lo que sucede en ese escenario es magia pura: la maravilla del baile en total libertad,  y el recordatorio más bello de que lo más importante para un ser humano es el quererse a sí mismo en su propio proceso, con sus propias libertades y limitaciones. Proceso enteramente personal, y justamente porque es personal, más bello aún. Nos invita a no juzgarnos, a disfrutar desde nuestras posibilidades y sobre todo a celebrar el día a día, porque cada día es un pequeño gran paso hacia eso que anhelamos.

Ayer domingo, Andrea (mi amiga de aquel taller) me manda una foto de un libro que está leyendo; un libro que lleva por título:  '' Impro - Improvisación y teatro '' de Keith Johnstone.

Este es el texto:

''Después de mucho practicar esto de prestar atención a las imágenes que yo conjuraba, más tarde decidí prestar atención a la realidad que me rodeaba. Entonces la falta de vida y calidez inmediatamente se desprendió como una costra - sin embargo, pensé que no entraría más a este mundo visionario, que lo había perdido. En mi caso, fue en gran medida mi interés por el arte lo que había destruido la vitalidad alrededor mío. Había aprendido perspectiva, equilibrio y composición. Era como si hubiera aprendido a rediseñar todo, a darle una nueva forma, de tal modo que yo veía lo que debía estar ahí, lo que obviamente es mucho menos interesante que lo que está ahí. El empañamiento no era una consecuencia inevitable de la edad, sino de la educación.’’

Más o menos lo que nos recuerda Gala: a olvidarnos de cualquier tipo de pretensión.

La noche anterior, en una conversación con una amiga, le comentaba de la obra y le dije algo muy parecido. Le conté que esa noche, el recordatorio había sido bilateral, no solo pasaba algo en el escenario, sino también con los espectadores, pero, sobre todo, pasaba algo con quien me acompañó esa noche a ver la obra. Una persona que no solo me recordó esa noche la maravilla que es entregarse completamente a un espectáculo, dejarse llevar y disfrutarlo segundo a segundo; su risa, el lenguaje corporal, la incertidumbre, la inocencia. También me recuerda (y esto es algo que yo estoy constantemente repitiéndole) que todo va a estar bien. Aunque nos tropecemos, nos caigamos y aunque el camino por recorrer sea todavía muy largo, me recuerda lo importante que es el abrazarse en el proceso. Lo importante que es querernos a nosotros mismos. Como esos no-bailarines en Gala.

Vuelvo a Andrea y llega el jueves como a las 10:50 de la noche, después de la segunda función de Gala, función a la que ella asistiría y le mando un mensaje, algo como ''¿Qué tal Gala?'' y Andrea me responde minutos más tarde con un audio que me permito textualizar aquí:

''Pensé muchas cosas en la línea de la democratización del arte y eso, pero, en paralelo, no podía dejar de llorar. Me pareció bello''.

Los factores que hacen que Gala nos conmueva son variados e incluso, dentro de ese sentirnos conmovidos, hay muchos factores que hacen que ciertos bailarines, cuyos cuerpos cuentan historias, nos conmuevan más que otros. Pero si de algo sí puedo estar seguro es que esa simpleza del espectáculo, esa total desnudez del alma de cada una de las personas en escena es brutalmente conmovedora, precisamente porque la costumbre es cubrirnos el alma y defendernos con todo ese entrenamiento que tenemos, que nos ha costado, pero nos hace también olvidar el día 1.

Que este texto sea un agradecimiento a Jérôme Bel por el recordatorio, a todos y cada uno de los artistas en escena aquella noche, a Andrea por todas las conversaciones a lo largo de tantos años, a Ernesto por recordarme que hay que reírse un poco más  y a todas las personas que de alguna u otra forma me han recordado la maravilla de vivir simple y a mi tiempo. Al teatro por estar ahí siempre. Gracias.

Un dato final: Ya puedo tocarme las puntas de los pies.