¿Qué hacemos con Walter? es una obra que desde el texto ya propone un conflicto bastante aburrido: ¿Despedimos o no al anciano conserje provinciano o no? Teniendo esto ya como primer obstáculo, la adaptación a cargo de Juan Carlos Fisher (director de la obra) y Rómulo Assereto (actor en la obra) lo único que hace es empeorarla, empobrecerla, caer no solo en clichés sino también incluir chistes fáciles, en su mayoría racistas que no hacen más que evidenciar la poca exigencia creativa de un dupla que hace un tiempo ya ha entrado en una comodidad que deja mucho que desear. 

La obra es lenta y demasiado larga para sostenerse por 100 minutos. De hecho, lo más entretenido de la obra son las proyecciones de video al inicio y mitad de la obra. Después de eso, la obra decae y decae y creo que más de un espectador empieza a desear que la obra acabe pronto.

Los actores están poco exigidos y presentan personajes que parten de clichés sin retarse a construir algo un poco más interesante. Sobre todo si pensamos que no solo hemos visto estos personajes antes sino también los hemos visto en el mismo escenario y trabajando con el mismo equipo. Sobre esto, rescato el trabajo de Oscar López Arias que es el único que partiendo de un arquetipo enriquece su construcción dándole una voz y corporalidad diferente a cualquier personaje previo que lo hayamos visto trabajar. Entra este a escena más o menos unos 40 minutos desde el inicio de la obra y entretiene ver una propuesta fresca a la que claramente le ha dedicado tiempo y empeño.

Oscar lópez arias como  alberto jáuregui

La dirección es bastante simple, sin ninguna propuesta riesgosa. Tan simple a veces que provoca una mejor composición de escenas y no simplemente actores parados a lo largo del escenario.

Es una verdadera pena que habiendo tenido a un grupo de actores bastante experimentados y talentosos el resultado sea el que se presenta ahora en el Pirandello. Vuelvo a pensar que el primer problema fue con la elección del texto; partiendo de ahí y con la adaptación para ''peruanizarlo'' ya todos los demás factores simplemente aportan a que el resultado no sea bueno.

En un último intento de hacer comedia, lanzan un chiste burlándose del estado de los inmigrantes venezolanos en el país. Un chiste penoso, bajo y sin gusto. Uno no es de ofenderse fácil pero, en este caso, el chiste no funciona porque juegan con la fina línea que hay entre el humor negro y la más simple xenofobia ; claramente cayendo en lo último. Las risas del público confirman el también penoso estado de la mentalidad limeña dejándonos con un sabor aún más amargo.