Un festín para los ojos. Eso es la puesta de ‘’Yerma’’ en el teatro La Plaza dirigida por Nishme Súmar. Con una paleta de colores tierra, el color rojo, muy presente y acertado para la obra, un diseño de luces impecable y una propuesta de vestuario que desde la simplicidad, ayuda a dar vida a estos personajes tan crudos a veces, tan sensibles en otras, pero tan humanos siempre.
La obra escrita por Federico García Lorca en el año 1934, trata de una mujer llamada Yerma que está en la búsqueda de una suerte de validación que le da a muchas mujeres el ser madre. La libertad (o encierro) que esto trae es algo que ella está dispuesta a aceptar. La obra va de la desesperación, de lo que significaba ser mujer por allá por los años treinta, lo que significa ser mujer ahora, de cómo las construcciones sociales han cambiado, o más bien, no lo han hecho. Yerma habla de eso y de mucho más. A Yerma hay que descubrirla, deshilvanarla, quererla, entenderla.
Urpi Gibbons como protagonista se entrega totalmente a un texto que es tan poético como complejo, sostiene un viaje interno e intenso que el personaje propone durante los 90 minutos que dura la obra.
Las demás actrices: Haydeé Caceres, Irene Eyzaguirre, Vanessa Vizcarra, Trilce Cavero, Julia Thays, Muki Sabogal, Rina Corzo y Adelaida Mañuico, todas aportan una arista diferente de lo que ‘’significa ser mujer’’ (o no), enriqueciendo la obra y llenándola de luz y textura propia de su proceso creativo. No solo ponen su cuerpo y voz al servicio de su directora y del texto, sino que también comparten su bagaje tanto emocional como artístico con todos los espectadores. Cada una en un viaje propio, en un descubrir tal vez. Y todas ellas envueltas también en un viaje común, en un esfuerzo de contar una historia tan relevante como dolorosa.
Aquí el punto débil por casualidades de la vida, lo ponen los hombres. André Silva como Juan nos ofrece una actuación que deja mucho que desear: un personaje poco trabajado que no tiene muchas intervenciones en realidad, pero de las que solo la mitad se logran entender. Hay serios problemas de dicción que solo empeoran conforme avanza la obra. Es importante recordar que la obra no tiene ni un mes en cartelera; idealmente la directora corrige esto pronto y problema solucionado.
La composición de escenas es hermosa. Se agradece muchas veces la gran dinámica que hay en muchas de ellas, propuesta desde una coreografía dirigida por Franklin Dávalos que enriquece la obra y le brinda una suerte de ritualidad general.
Las contra escenas también están muy bien marcadas, prestando atención a la particularidad de las acciones físicas que se proponen y finamente engranadas con la escena principal para que armonicen y se alimenten una de la otra. Trabajo hermoso el hecho por la directora.
Existe una escena que rompe bastante con la propuesta en mayoría realista de la obra. Una escena de un ritual entre el macho y la hembra en donde todos los actores están en escena, hacen música con las manos, con instrumentos no convencionales y con sus voces. Aquí el problema no es la propuesta, sino la organización sonora de todo lo que sucede. Hay demasiadas cosas pasando al mismo tiempo y todo se ensucia hasta el punto de que uno no puede escuchar lo que la hembra y el macho dicen. Un tema de armonía de sonidos que se debería repensar.
Es cierto también que hay elementos en la obra de los que se podrían prescindir, especialmente hacia el final. Todo es bello, sin embargo habría que pensar si son solo decorativos o representan algo que va más allá de crear la ilusión de estar en un espacio específico.
También tiene un final que desde un cambio abrupto de vestuario/no vestuario trata de empujar una agenda que la obra, por su naturaleza y puesta en escena en el 2019 aquí en Perú, en México o en Inglaterra, ya empuja. Esta decisión es tal vez algo forzada y demasiado en la cara.
Dejando estos pequeños detalles de lado, Yerma esta hermosamente hecha; con amor, con una búsqueda que parte desde las actrices y que se traduce en magia hecha luz, color, música, movimiento y sentimiento. Esta carne ya huele a jazmín.
La obra va hasta el 4 de junio en el teatro La Plaza. No se la pierdan.